El precio de la tecnología y la escuela

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Hoy en el blog de Centro de Estudios CEAT queremos hablar de tecnología en la escuela, de conectividad, de hardware y de software. De la primera se encargan, o deberían encargarse, las administraciones educativas, permitiendo a los centros disponer de un buen caudal de tráfico, para bajar y especialmente para subir si creemos en el alumnado como productor de contenidos.

Del hardware ya se encargan las empresas del sector tecnológico, a menudo llamando a las puertas de las direcciones generales de consejerías, ministerios o empresas públicas, para ‘impulsar’ contrataciones a nivel regional o nacional.

El tercer elemento [el software], en la era de la web 2.0 y de los dispositivos móviles, cada vez es más una cuestión del docente, que investiga, explora y promueve determinadas soluciones, a menudo en forma de Apps. Lo habitual, también, es que estas Apps, y en general los servicios web o aplicaciones de escritorio, sean gratuitas. Y es que más allá del precio que tengan, a veces no llegan al euro algunas apps que realmente facilitarían determinados procesos de creación, se ha impuesto una cultura del ‘todo gratis’ que, según Nick Peachy, está haciendo daño a la educación.

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El desarrollo de cualquier tecnología requiere de un equipo de personas que dedican tiempo y recursos. Lo habitual es que estos equipos de desarrollo pertenezcan a empresas que, para pagar las nóminas de sus empleados, necesitan ingresos, y lo normal también es que estos ingresos estén vinculados a sus desarrollos tecnológicos. Algunas veces estos grupos humanos están detrás de iniciativas Open Source, como la Fundación Mozzilla [responsable entre otros del popular navegador Firefox]. También hay empresas que desarrollan software [e incluso hardware, como Arduino] bajo una filosofía Open Source. Sea cual sea el caso, todos necesitan fuentes de financiación para sostener sus modelos productivos, ya sea a través de donaciones [como hace Wikipedia, que no genera ni software ni hardware, sino que gestiona conocimiento libre], a través de la venta de sus productos o mediante la venta de servicios asociados a sus productos.

Como dice Peachy en su artículo, los desarrolladores, igual que los maestros, los políticos o los jardineros, tienen que comer cada día y necesitan un techo donde pernoctar. Y es por esto que según Nick Peachy la cultura del ‘todo gratis’ está perjudicando a la educación. Muchas empresas que ofrecen sus soluciones de forma gratuita terminan o bien dejando de dar servicio [es el caso de Google Reader], o bien vendiendo su aplicación/servicio web a empresas que vuelven a venderla o las reinterpretan haciendo que pierdan su sentido y funcionalidad original [es fácil recordad los tumbos que lleva en su cuerpo digital un valioso servicio como del.icio.us], o bien implantan severos sistemas de pago [uno de los mejores ejemplos es el de Ning, que espantó a cientos de docentes que habían creado allí sus comunidades pasando del todo gratis a unos precios realmente altos en aquel momento].

Sea cual sea el caso, ahí tenemos cada año a cientos, miles de docentes que abandonan herramientas, servicios y Apps por otros nuevos, con todo lo que ello implica de aprendizaje de nuevas herramientas [tanto para el docente como para el alumnado] cuando no el problema de la recuperación de la información ya creada o los problemas con formatos propietarios que no permiten la reutilización de la información con otros servicios o herramientas. Y no nos engañemos con las soluciones gratuitas de las grandes empresas, en las que en el fondo estamos pagando con nuestros datos [seguro que alguna vez has oído lo de si un servicio es gratuito el producto eres tú], lo cual en el caso del trabajo con menores puede ser un problema, tanto ético como legal.

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Como parece que si queremos evitar esta situación necesitamos reconsiderar la opción de pagar por aquellos servicios o herramientas que realmente sean útiles para el trabajo en el aula, tendremos que ser creativos con la cuestión económica. Evidentemente no podemos trasladar a los docentes la responsabilidad y el coste de mantener o usar determinados servicios de pago. Tampoco los centros cuentan con demasiada holgura económica para afrontar los gastos que la gestión de un centro educativo requiere. Quizá las populares [sobre todo en infantil y primaria] ‘cooperativas familiares’, que recogen y gestionan las aportaciones de cada familia para que en el aula no falten determinados recursos analógicos que no siempre pueden garantizar los fondos del centro, puedan ser una vía de financiación. Si podemos pagar por libretas, libros para la biblioteca de aula, pinturas de dedos y papel cebolla… ¿por qué no una parte de ese presupuesto puede ir dedicado a la compra de determinas Apps que permitirá al alumnado trabajar digitalmente?

Esto implica trabajar con las familias para que valoren el uso de herramientas y dispositivos digitales, pero también un análisis de qué servicios y Apps merecen la pena ser compradas, atendiendo a que ofrecen garantías de continuidad por su histórico, tienen un precio razonable y están justificadas para llevar a cabo determinadas actividades en el aula.

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Fuente: e-aprendizaje.es

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