Te voy a contar un relato…
Había una vez una sociedad avanzada en la que todas las organizaciones comenzaban a usar metodologías ágiles para aumentar la productividad e interiorizar procesos innovadores que les permitieran desafiar a la competencia.
Comenzaron a emerger nombres como SCRUM, LEAN STARTUP o KAIZEN y el universo corporativo se inundó de metodologías, filosofías y frameworks que portaban el remedio definitivo contra todos los males.
Las recetas guardaban ingredientes comunes y a veces permitían remezclas y adaptaciones, tantas como gurús existían. Estos crecían y se multiplicaban llegando a invadir parques empresariales y redes sociales. Sin parar, propagaban sus pócimas mágicas y vendían humo a diestro y siniestro.
Mientras, en una pequeña aldea, bastante retirada de la urbe, vivían:
Una anciana maestra, que como cada mañana comenzaba sus clases en la escuela con una rápida asamblea. En ella, todos comentaban qué habían hecho el día anterior, qué iban a hacer ese día y con qué dificultades se encontraban al realizar sus tareas. Llevaba toda su vida organizando “Daily meetings” y ni siquiera sabía que estaba hecha una auténtica SCRUM Máster.
Un joven carpintero, famoso por su creatividad y versatilidad, te esculpía unos suecos a medida por la mañana y por la tarde te montaba un armario empotrado. Su éxito residía en saber dar al cliente lo que de verdad necesitaba. Se sentaba a escucharle y conectaba al momento. Siempre dibujaba bocetos e invitaba a palpar los distintos tipos de maderas hasta asegurarse que daba con la tecla. Sin poder ser de otra forma, su metodología de trabajo se acercaba mucho a lo que hoy denominamos Design Thinking.
Y una inteligente alcaldesa. Implicada al 100% con su labor municipal, no paraba de proponer nuevas medidas de mejora. Siempre partía de iniciativas piloto para medir y poner a prueba su éxito. Evaluaba los resultados, y junto con las propuestas ciudadanas, corregía y simplificaba los matices que provocaban desviaciones. Lo hacía una y otra vez, hasta poder extender la práctica por toda la comarca. Una vez más en esta pequeña aldea descubríamos claras evidencias del empleo de metodologías ágiles y detalles de filosofía Lean.
Un buen día, un agente comercial de la zona descubrió la forma de trabajar de estas personas y decidió invitarlos a la ciudad. Allí la maestra, el carpintero y la alcaldesa realizaron un ciclo de charlas en la Cámara de Comercio. Posteriormente extendieron estas sesiones a grandes empresas de diferentes sectores. Al cabo del tiempo se publicaron los resultados que recogían la opinión de los asistentes. Ante la pregunta: ¿qué habéis aprendido de estas sesiones?… La mayoría coincidieron en lo siguiente:
No hay un remedio ni receta única.
El enfoque sobre las personas es la clave.
La mejor metodología es la que se construye a partir de las circunstancias específicas del contexto y la idiosincrasia de la organización.
La vocación, el entusiasmo, la dedicación y la pasión por lo que se hace, son garantía de éxito.
La iteración y la experiencia son recursos imprescindibles para anticiparse a los problemas.
La cooperación y la suma de experiencias facilitan la búsqueda de soluciones.
¿Y tú? ¿Qué has aprendido de esta historia?
Esta semana desde el blog de Centro de Estudios CEAT os queríamos contar una breve historia que seguro os habrá traído a la cabeza alguna idea. No dudes en comentarla aquí mismo o en las redes sociales.
Fuente: ojulearning.es